Tal como èramos
Hoy no se halla mucha reflexión sobre políticas culturales en los medios, aunque se encuentren abundantes noticias, desde un punto de vista sociológico o económico, sobre sectores culturales como la música o la industria del cine.
En una conversación de prejubiletas, comentábamos el dinamismo crítico y fervor cultural de los ochenta y los noventa. Obviamente los tiempos pasados no fueron mejores, pero hablamos de la importancia de no olvidar y de no repetir errores. Sabemos que toda la producción cultural anterior a la segunda parte de los noventa tiende a no existir porque la fuente de nuestra memoria ya es internet. O digitalizas o desapareces.
Me sorprendió constatar que lo que pensaba en los 90 y años posteriores se parece mucho a lo que pienso hoy. Para bien o para mal, he hecho lo posible para que la gestión cultural se aproximara a esas ideas, que viene siendo lo siguiente:
Comunicación y cultura forman parte de un mismo concepto de desarrollo cultural, en el cual la actuación de escaparate y la intervención paternalista desde lo público han quedado obsoletas. Aunque hoy se siguen produciendo. Un evento cultural, o un centro, es un espejo y una ventana donde las miradas interiores alientan una interpretación amplia de la realidad cultural y donde la mirada exterior hace posible una revisión permanente de sus formas y contenidos.
La gestión cultural, desde lo público, pone en cuestión las corrientes mercantiles dominantes de la comunicación y crea un espacio donde las tendencias más innovadoras se manifiestan: ahí radica el compromiso primordial de intervención. Además, hay otros objetivos complementarios, promoción exterior, conexión con tendencias internacionales o fomento de talentos emergentes.
El eje comunicación-tecnología-cultura es más que una conjunción de ideas-fuerza para hacer que avancen determinados sectores industriales, y va más allá de la retórica vacía con la que a menudo se adornan los discursos políticos. Es una posibilidad eficaz para la producción artística, explotada con imaginación por multitud de creadores; también abre una vía de difusión cultural que propone un cambio de modelo en el esquema comunicativo emisor-receptor.
Hoy la relación entre comunicación, tecnología y cultura permite un profundo cambio democrático en la producción, la distribución y el disfrute de la cultura, tal como sucedió en su momento con los medios de comunicación de masas, aunque en este caso con un elemento de ruptura que es la multidireccionalidad en la emisión y recepción; siguiendo a Ramón Zallo, “la colectividad es la titular de la cultura y los ciudadanos son sus oficiantes”.
Un síntoma de los tiempos de transición es que las nuevas tecnologías se utilizan con los códigos y lenguajes de las anteriores, tal como sucedió en los comienzos del cine sonoro o en el nacimiento de la televisión. El universo digital ha alcanzado la madurez suficiente para dotarse de códigos propios, de modos comunicativos que desarrollan con más eficacia su potencialidad.
Este cambio de modelo se manifiesta en todos los órdenes: la narración evoluciona hacia el concepto de la base de datos, la producción independiente irrumpe con fuerza y compite con audacia con pesadas estructuras industriales, la distribución encuentra nuevos cauces y fórmulas de relación con los destinatarios; pero sobre todo está cambiando el espectador-usuario.
El conocimiento se refiere cada vez menos a los contenidos y más a la capacidad de codificar y decodificar mensajes, la transformación de la información en conocimiento es un acto cultural. Se confirma la idea que las convocatorias en concurrencia permiten aflorar calidad, que la inteligencia colectiva supera a cualquier programador y que la participación es la vía para que los protagonistas de la cultura sean los que deben ser.
La evolución de las tecnologías de la comunicación contribuye a la cultura globalizada. Es una oportunidad, una invitación para comunicarnos y compartir, pero manteniendo el respeto por la creación y la vanguardia como sus componentes más inspiradores.
Coments