Rodando

Lo privado es el alimento de los realitys y los magazines televisivos de despelleje, pero también el de las fotos íntimas de Facebook que se incluyen en los perfiles y comentarios. Lo privado (¿la muerte de una madre, un nuevo amor, los “logros” de los hijos?) está en público, o quizá siempre fue público. Cualquiera se puede apuntar a exhibicionista sea cual sea su audiencia.

¿Si el extrovertido deriva en exhibicionista, el introvertido deriva en voyeur?. Hoy es difícil ser exhibicionista (el listón está muy alto) y está reconocido ser voyeur. ¿El director de cine es un voyeur que disfruta del objeto de su mirada a través del exhibicionismo de los actores? Me gustan los exhibicionistas felices y los voyeur que se lo curran (Hitchcock por ejemplo). Si desaparece la línea entre lo público y lo privado ya no existen ni exhibicionistas ni voyeurs, quedan dos categorías la de los sosos y la de los graciosos.

Cuando editas algo ves que las imágenes necesitan un tiempo, de lectura o de emoción. A la segunda, tercera o cuarta, vez que lo editas ese tiempo es cada vez es menor y así vas cortando y cortando, hasta que finalmente tienes imágenes neuróticas. Así consigues un montaje eficaz, con el suficiente corte como para ser apreciado por espectadores neuróticos.

La velocidad está en la idea, no en la aceleración. Quieres quedar bien, quieres que lo que cuentas guste, que al espectador le guste y no aburra. Puedes por ejemplo cortar imágenes con música en los puntos fuertes de los compases (frames antes), ritmo, continuidad dinámica, un impacto medido y consigues hacer imágenes aromáticas (según Juan Hidalgo la música es aromática cuando es “agradable al oído”).

Si unes las imágenes neuróticas con las aromáticas logras imágenes esdrújulas, que son las habituales.

La música discute con las imágenes y yo discuto con el músico. Trato de moderar el tono y evitar cualquier reproche, trato de escuchar, para convertir el conato de discusión en diálogo. Trato de que él convenza a la música de que debe dialogar con las imágenes, pero hay imágenes tan rabiosas que son incapaces de escuchar. Si pudiéramos traducir en palabras las emociones no necesitaríamos ni la música ni las imágenes, creo que se llama literatura, pero el músico no está para cuentos…

Empiezas un docu como un viaje y crees que sabes a dónde vas, al poco sientes que quizá la mejor manera de llegar a algún sitio es perderse. Empiezas a encontrar un camino diferente casi en cada persona que hallas, cuando terminas de rodar tienes un laberinto en el que hay que ir eliminando direcciones (o eligiéndolas) para llegar no sabes dónde. Lo habitual es que eso lo hagas en la edición, que abandones y termines sin llegar a ningún lado. Solo hay una dirección, si tienes suerte algunos personajes y situaciones empiezan a crecer y te ayudan a seguirla.

Poco después de terminar sabes que te has equivocado y te gustaría comenzar de nuevo, pero un docu no es un escrito que puedas corregir o romper, cuesta esfuerzo de un equipo, tiempo, dinero. Solo queda evitar los mismos errores en la próxima docu-equivocación, si eres capaz de volver a ponerla en marcha.

Temo el reino del “qué más da”, con sus habitantes despreocupados y sus gestores sonrientes. Me asusta las toneladas de cáscara, vacío y despilfarro, de este imperio del no pasa nada que se expande a ritmo de palmaditas en la espalda y autocomplacencia. Hay mucho exhibicionista militante en este reino, suelen ser reconocidos y tener seguidores, hay quien consigue convertirlo en un modo de vida ¿para qué hacerlo bien o diferente si da lo mismo? …

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