La manzana y el espejo falso
Cuando Eadweard Muybridge sincronizó sus cámaras sucesivas con la intención de reflejar el galope de un caballo no solo realizaba una exploración científica, sino que culminaba una técnica que utilizaría también con intención artística. Con una visión retrospectiva encuadraríamos su trabajo en el pre-cine, como si todo fuese un devenir hacia algún lado y las búsquedas de Mr. Muybridge fueran un balbuceo de lo que vendría después.
Jean Luc Godard planteó una versión alternativa a la progresión o continuidad de la historia, sea lo que sea, en sus Historia(s) del cine. El Godard dogmático, divergente, caprichoso, elitista, creador, profundamente burgués, intelectual comunista, no se privó de su lectura personal y de la interpretación poética (experimental, godardiana) de la historia del cine, convirtiendo sus conferencias en texto y film, que, además, como las voces en off, siempre suena mejor en francés, Histoire(s) du Cinéma.
La crónica de la realidad y la representación se sustenta en la mirada y la técnica, ya para averiguar las patas que un caballo al galope pone en el suelo, o impresionar a los creyentes en el caso de la producción de imágenes de carácter religioso (incluyendo las de Godard). Son visiones y hallazgos que juegan con el deseo y la intención.
Algunos motivos para la construcción de imágenes son: recordar y hacer presente a los difuntos, evocar e intentar hacer tangibles los sueños, publicitar, delimitar la propiedad, apoyar el ejercicio del poder… Uno de los motivos-estrella es interpretar la naturaleza, invocar su favor, o domesticarla y contarlo al resto de la tribu. Esto debió suceder (según los arqueólogos) en el yacimiento de Risco Caído de las cumbres grancanarias, y también es el eje narrativo de Nanuk el esquimal (1922), la obra con la que el minero aventurero Robert Flaherty encandiló a las masas: la emocionante puesta en escena de un hombre luchando por su vida cotidiana en el frío polar. El propio rodaje y la producción de la película fue un ejercicio de supervivencia.
Uno de esos cuentos maravillosos, lleno de imágenes y relatos oníricos, es la Biblia.
En ella se refleja, de diversas maneras, la posición ambivalente de las religiones y la cultura respecto a las imágenes y su influencia en nuestra formación. El storytelling no es un invento reciente. Cuando Moisés sube al monte Sinaí para que Yahveh le entregue sus mandamientos, escritos, el pueblo se siente abandonado y construye un becerro de oro, una imagen a quien adorar. La venganza de Yahveh será terrible.
Cuando el evangelio (Juan, 1,1) dice: “En el principio fue el verbo (…), y el verbo era Dios” se abren interpretaciones y controversias respecto al concepto del verbo (logos). Probablemente al principio fue la imagen y es la imagen la que se hizo verbo. Mito y logos se complementan. Las posiciones que parten desde la desconfianza hacia la imagen y las que admiran su influencia, confirman su importancia y poder.
Sin entrar en profundidades académicas o religiosas, los términos cultura visual o audiovisual recogen la creación e interpretación social de las imágenes, producidas de una u otra manera, con distintas propuestas, perspectivas y movimientos. En esta paradoja de las clasificaciones quizá lo que permanece es el cambio.
Igual que la pintura cambió con la aparición de la fotografía, la cultura audiovisual cambia con la tecnología, las formas de consumo, la movilidad y ubicuidad de las pantallas, la centralidad y distribución en plataformas, su utilización en las redes. Desde hace décadas se pronostica, y se vive, esa transformación: a través de la interacción, la realidad virtual, el 3D, la incorporación de los videojuegos, la inteligencia artificial…El resultado es una cultura audiovisual múltiple en sus contenidos y accesos, fragmentada y a menudo generacional.
En los años ochenta comentaba Francoise Truffaut “La sala de cine no tiene ya el monopolio de las imágenes en movimiento. Los cineastas pueden todavía interesarnos, pero a condición de no copiar la vida, que es lo que desde hace mucho tiempo viene haciendo, hasta la saciedad, la televisión.”
El audiovisual espectacular conjuga información, entretenimiento, conocimiento, emoción, nos mueve y nos conmueve, constituye una industria con una inmensa repercusión económica y cultural. En las últimas décadas esa avalancha se ha digitalizado. Algunas tecnologías analógicas (el celuloide, el laboratorio de fotografía, el vinilo) quedan para ofrecer un color distinto, sensualidad, identidad, distinción, calor o sabor a la música, las películas o la fotografía. Sirven a los aficionados y participan en la experimentación y búsqueda de los artistas.
“Lo digital” no tiene el sentido diferencial que categorizaba un producto cultural, a veces es un adjetivo que sobra, la perspectiva cultural en relación con la tecnología ha variado. También el consumo, la mirada del espectador y el sabor de las manzanas.
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