Federico el grande
Federico Fellini, era mito del cine ya en vida. Falleció en 1993. Tiene una filmografía que no se atiene en absoluto a géneros ni corsés de ninguna clase. En el más sobrio neorrealismo, en la estilización más fantasiosa y el surrealismo, en la más ácida crítica social y en la más dulce ternura, el elemento de cohesión de su obra es la libertad y la afirmación de lo subjetivo. Es la reivindicación de la memoria soñada y de los fantasmas personales. Una memoria en la mayoría de las ocasiones lírica, que estiliza y se recrea en lo doméstico y entrañable.
Fellini propone una memoria corrosiva y divertida a la par, desmitifica a sus personajes pero los enaltece también con emociones enigmáticas y comportamientos originales.
La misma fascinación del autor al recrear algunas de sus criaturas, un ejercicio que parece placentero y lúdico a la memoria, tiene el espectador en el recuerdo de algunos pasajes de sus films. La fascinación y el gozo en desacralizar estructuras sociales y rescatar emociones y momentos, a veces tamizados con la sensualidad de Sancho Panza y la fantasía de D. Quijote, en otras ocasiones justo al contrario.
El elemento corrosivo en Fellini se modera y equilibra con la ternura de su mirada hacia todo lo que convierte en objeto de su cine, personajes y espacios. En conversación con Giovanni Grazzini, con humor, le comenta: «reconozco que soy un transgresor y para ejercer la trangresión necesito un orden muy rígido, con muchos tabú, contravenciones a cada paso, moralismo, procesiones, desfiles y coros alpinos. Y después ser premiado por las autoridades constituidas, por el alcalde o el cardenal como un transgresor que se lució.»
«No se interrumpe una emoción». Fue el lema con el cual reivindicó la exhibición íntegra, sin cortes, de los films en TV., fracturados por el asalto inmisericorde de la publicidad. No se interrumpe algo que se siente profundamente porque nos causa un destrozo. Sin la emoción que contienen las películas de Fellini la historia del cine no sería la misma, habría una fractura, un vacío.
Son contados los cineastas cuya obra nos lega adjetivos propios, lo berlanguiano, por ejemplo, Fellini es uno de ellos. Lo felliniano define algo surrealista, grotesco y tierno, de mirar la realidad y recuperar la memoria.
Quizá su más expreso testamento creativo sea Fellini 8 y medio (1963). El protagonista, Guido, un director de cine atribulado, confiesa en un discurso dirigido a sus mujeres: “La felicidad consiste en poder decir la verdad sin hacerle daño a nadie”, pero se ha pasado la vida mintiendo. La conclusión de una de ellas (Claudia Cardinale) es que el director “no sabe amar”. La película se transforma en un reconocimiento hacia sus personajes, especialmente los femeninos.
“Destruir es mejor que crear cuando uno no sabe lo que está creando. Solo a un artista se le puede pedir el acto de lealtad de reducirse al silencio”, le comenta a Guido un intelectual que ha contratado para contrastar su trabajo. Pero el silencio es la muerte. El director finalmente pide perdón, puede mirar a los ojos a los demás sin avergonzarse.
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