Juan Hidalgo 100
Juan Hidalgo utilizaba (utiliza, su obra permanece) el azar como factor integrante de su trabajo. En 2007, con motivo de su ochenta cumpleaños, se realizó un concierto interpretado por el Madrid Art Ensemble en el Auditorio Alfredo Kraus con varias de sus obras, producido por la Consejería de Cultura del Cabildo de Gran Canaria. Con este motivo dirigí un trabajo audiovisual, un homenaje, que posteriormente acompañó su exposición en Vitoria y en el CAAM. El título: Juan Hidalgo 8, además de el azar representado en una bola de billar, hace referencia a las palabras que Hidalgo pronuncia en el documental “yo soy un niño de 80 años”. Juan Hidalgo continuó siendo un niño hasta el final.
El que a un músico le den el Premio Nacional de Artes Plásticas, como fue su caso, es tan exótico como que a un músico le den el Nobel de Literatura, como le pasó a Dylan. La música, como forma que penetra todas las artes, tiene un factor temporal que conforma las acciones y la puesta en escena de lo visual, acercándose al espectador desde las matemáticas perceptivas que generan el ritmo. La secuencia en el tiempo, el orden y la duración son conceptos que la plástica no suele explorar salvo en los formatos populares o híbridos como el cómic.
Cuando los artistas plásticos se acercan al audiovisual, salvo evidentes excepciones en el cine de museo, suelen trabajar con tiempos muy largos, planos estáticos, poco movimiento interno, es decir con alma de pintor. El movimiento Fluxus y John Cage significaron una disrupción en el devenir de la música, los conceptos de arritmia y de ruido entraron a jugar un papel relevante en la construcción de las obras que se plantearon también como performances y acciones visuales.
Juan Hidalgo reivindica el ruido como factor tan válido de construcción como pueda serlo la melodía, abomina de lo melódico y de la música que considera de adorno, destinada a satisfacer todos los paladares, decorativa. Por la tanto su obra tiene una radicalidad experimental que además comenzó a sustentarse en una época (en pleno Franquismo) especialmente conservadora. Su subversión se contemplaba en ese momento como algo simpático y caprichoso, “qué chiflados están estos artistas” diría el espectador que contemplase el NO-DO de su actuación en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, narrado con comicidad por el locutor. Quizá el espectador medio de hoy pueda decir algo parecido porque la obra de Juan Hidalgo sigue sin pretender agradar y entretener a todos.
Personalmente no me gustan las hagiografías, pero un trabajo institucional debe cumplir con determinadas servidumbres empezando por ésa y la de tratar de llegar al público más amplio posible.
La personalidad de Hidalgo es poliédrica, incluso más que su propia obra. Sus circunstancias sociales; la procedencia de una familia burguesa de provincias; su permanente necesidad de reivindicación de sí mismo; la conexión y proyección internacional; la búsqueda de reconocimiento sin ponérselo fácil al otro; su canariedad enraizada en una herencia cultural quizá muy reconocible, constituyen una biografía que invita a explorar. Lo que nos da una visión más amplia de la realidad es lo diferente, y Juan Hidalgo lo es.
En un entorno donde la vanidad es obligada, Juan Hidalgo exhibe la suya con desparpajo pero también con una extraña humildad. Una aproximación documental fiel a su trabajo probablemente debería hacer uso de estos valores: la experimentación, la mezcla de ruido y ritmo, la ironía y el azar, la ruptura del objeto y el sentido, la paradoja entre lo internacional y lo local, la fidelidad a uno mismo.
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