A mi tampoco me invitaron

Hacer una buena ceremonia no es fácil. Compartir la fiesta o el duelo, el nacimiento, la madurez, el emparejamiento o la muerte, tiene su tramoya. Es reunir, mediante rituales y símbolos, valores, relaciones, emociones y significados. En esto la religión, y especialmente la católica, tiene poco rival. Para los que estamos educados en las ceremonias católicas, sustituirlas con solvencia por otros actos laicos suele ser complicado.

Alonso Quesada, en “No me han invitado”, utiliza la ironía para retratar el despecho, la vanidad herida del que se queda fuera de un acontecimiento social, el personaje es candidato a utilizar el famoso “ustedes no saben quien soy yo”.

Hace tanto, una prima, a la que consideraba cercana, me dejó sin su invitación de boda. Otro tanto me pasó recientemente con un compañero, al que, tras treinta años de trabajo compartido, considero amigo. Me digo que es normal, que cada cual sabe sus circunstancias, que es un derroche de pasta, que hay que entenderlo. Busco explicaciones antes de admitir la decepción de no ser relevante para ellos. El desengaño de no compartir la celebración y el rito. En el articulo de Alonso Quesada entiendo más al personaje que al escritor, seguramente porque poseo sus defectos.

Fastidia comprender que somos menos queridos de lo que pensamos, prescindibles, que las cosas suceden sin nosotros aunque las sintamos cercanas, que sobramos.

Para un entierro no hace falta invitación, para una boda sí. Nadie vuelve de la muerte y son pocos los que quieren ir. Puede que allí se esté mejor, algo así decía Chavela Vargas, que nadie quiere volver y por eso hay que celebrarlo.

El tiempo se agota, es un valor escaso, según se hace uno mayor se vuelve más impaciente porque queda menos. La mayoría de las cosas dejan de afectar, se ponen en su sitio. Nos volvemos mimosos y demandamos atención. Queremos que valoren nuestra presencia y nuestro tiempo. El aprecio de los demás evita la sensación de que lo malgastamos. O lo que es peor, demandamos homenajes para certificar que no perdimos el tiempo pasado. El rito y la compañía detienen el tiempo, la emoción de compartirlo le da valor.

Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar (falso), así que guardar rencor es perder el tiempo, por eso tanto a mi prima como a mi compañero los invito, desde ya y cordialmente, a mi entierro.

(Visited 31 times, 6 visits today)

También te podría gustar...