Donde habite el teatro
Leo que Donde habite el olvido es una obra de Luis Cernuda, comienza así:
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. (…)
Leo que el título está tomado de un verso de Bécquer y da a su vez nombre a una canción de Joaquín Sabina:
Teatro y cine son hermanos, para desarrollar la industria cultural canaria, para que aflore el talento, para comunicarnos y conocernos mejor, la base son los textos, las historias, los cuentos, los guiones. Es el germen de la creación de contenidos potentes, sean libros, películas, espectáculos teatrales. Obras que nos enorgullezcan, que lleguemos incluso a admirar y que viajen. Para ello los laboratorios, los procesos participativos de creación, los talleres, deben ser recursos habituales para que los creadores y los profesionales encuentren atmosferas de colaboración. Y, obviamente, eso depende en gran medida del apoyo de las instituciones.
Me alegra que llegue al escenario o la pantalla un producto local con ese apoyo. En este caso una buena idea acerca del silencio y la falta de reconocimiento de algunas de las más relevantes creadoras españolas, entre las cuales hay una canaria. Es un buen punto de partida para desarrollar un proyecto.
Ni el teatro ni el cine son ciencias exactas, el error de hoy se puede considerar acierto mañana, pocos tienen la fórmula para que una película conecte, ni siquiera Ridley Scott o Christopher Nolan, por nombrar casos de éxito.
La decadencia y transformación de los medios de comunicación y distribución ha atomizado la crítica, la tiene siempre el espectador, con multitud de foros para expresarse, pero está degradada para los periodistas y profesionales que se dedicaban a ello, es un oficio del que ya no se puede vivir. Ya lo intuía Leland (Joseph Cotten) en Ciudadano Kane cuando tenía que escribir la verdad sobre la actuación en la ópera de la mujer de su amigo C.F. Kane.
La cosa no es tan grave como la de Susan Alexander, juguete roto del magnate, pero el arreglo no puede ser la complacencia. Donde no habita el olvido, la obra de teatro que pude ver el viernes en el Cuyás, tiene excelentes actrices y mejores intenciones. Se nota el trabajo y la pasión en el proyecto y tiene una puesta en escena digna, cuyo movimiento y ritmo exige una sincronización y concentración alta, que el elenco y el equipo técnico consigue. La música de Lajalada es estupenda. Entonces me pregunto: ¿por qué me pasé casi una hora preguntándome si debería irme del teatro? ¿Por qué hasta llegar al personaje de Maruja Mallo la función se me caía, e incluso me incomodaba?
No soy un especialista, hago comentarios de aficionado, no pretendo dar lecciones sino impresiones personales. Es difícil aceptar tanta declamación y tono dramático. No sé si es por el texto de esa primera parte, la intención de la directora, o una combinación de ambos, el caso es que la grandilocuencia se apodera del escenario y el tedio del espectador. Se siente a los actores obligados a impostar su voz, lo peor que le puede suceder a un intérprete.
Al tono grandilocuente contribuye la tecnología, con una proyección de la acción en directo sobre las telas del escenario cuya intención no logré entender. La excepción fue el momento en que apareció el personaje de Maruja Mallo, interpretado por María de Vigo, a partir de ese momento la función logró remontar hasta el final.
Lo mejor de la noche, la proyección de los cuadros de las artistas y la proyección del fragmento de película de Josefina de la Torre.
El público aplaudió, se levantó, vitoreó, pero no sé cuántos eran familia y amigos. Espero que el espectáculo encuentre su tono y su público, que viaje bien porque el tema y el equipo lo merece. Pero Las sinsombrero, esa marca creada para ese grupo de mujeres tan injustamente olvidadas, merecen mucho más, aunque sé que solo recordarlas ya es importante: Ángeles Santos, Lucía Sánchez Saornil, Marga Gil Roësset, Josefina de la Torre y Maruja Mallo. La Wikipedia da muchas otras Remedios Varo (Anglés 1908-México 1963), pintora, escritora y artista gráfica; Maruja Mallo (Vivero 1902-Madrid 1995), pintora; Rosario de Velasco (Madrid 1904-Barcelona 1991), pintora; Marga Gil Roësset (Madrid 1908-Las Rozas 1932), escultora, ilustradora y poeta; María Zambrano (Vélez-Málaga 1904-Madrid 1991), filósofa; María Teresa León (Logroño 1903-Madrid 1988), escritora; Josefina de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria, 1907-Madrid 2002), poeta; Rosa Chacel (Valladolid 1898-Madrid 1994), escritora; Ernestina de Champourcín (Vitoria 1905-Madrid 1999), poeta; Concha Méndez (Madrid 1898-México 1986), escritora; Margarita Manso (Valladolid 1908-Madrid 1960), pintora; Delhy Tejero (Toro, Zamora 1904- Madrid 1968), pintora e ilustradora, Ángeles Santos (Portbou 1911-Madrid 2013), pintora y artista gráfica, Concha de Albornoz (1900-1972), feminista española exiliada y Luisa Carnés (1905-1964), periodista y escritora.
Hace poco vi otra obra de producción canaria, en el Guiniguada, La inmortalidad , un trabajo de Delirium Teatro, escrita por Antonio Tabares.
Su director, Severiano García comenta: “Bajo una apariencia de sencillez tan y tan difícil de conseguir, y con tanta carga subterránea de profundidad, Tabares construye de nuevo un artefacto dramático muy complejo, rítmicamente endiablado, rebosante de humanidad. La Inmortalidad con un evocador perfume “setentero” absolutamente increíble, al mismo tiempo, también nos habla de hoy, del paso del tiempo, de los sueños truncados, de la pérdida de la inocencia, de los anhelos e inquietudes políticas, de la vida y del amor, de la feminidad y de la crisis de la masculinidad…”
Coincido. Esta historia lagunera, magistralmente llevada al escenario por los actores de Delirium, puede ser universal. Al salir del teatro un cineasta canario me dijo que pensaba lo mismo y que de hecho pensaba gestionar los derechos para tratar de convertirlo en película.
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